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El argumento sobre la tilde en «sólo» resume todos los problemas con la RAE.

No es habitual que Muñoz Machado, el director de la Real Academia Española, dé ruedas de prensa al acabar los plenos de la institución. Pero allí estaba: solo ante el peligro. Y es que el de ayer no era un pleno normal. Tras la polémica de la tilde en ‘solo’, las aclaraciones del perfil en Twitter de la RAE y el enfado de Pérez Reverte, la expectación era máxima.

Tanta que Muñoz Machado reconoció que estaba preocupado «por no saber cómo podía afectar a la autoridad de la Academia y dar la impresión de que nos dedicamos a estas cosas tan pequeñas». Y no, no le falta razón.

Porque, al fin y al cabo, ¿para qué sirve una academia? Las academias de la lengua tuvieron un papel muy importante en ese momento que va desde el 1600 al 1900 en el que los estados europeos modernos empiezan a configurarse estados-nación modernos. Un momento en el que se destierra el latín como lengua académica y administrativa y las distintas lenguas vernáculas pasan a vehicular la vida civil de sus respectivos países.

El problema es que, con el paso del tiempo, estas instituciones se dieron cuenta de que tenían que ser algo más que clubs de autoridades que se dedican a «limpiar, pulir y dar esplendor» a la lengua.

Al fin y al cabo, los idiomas son metabolismos enormes que reciben todo tipo de influencias y cambian a una velocidad vertiginosa: el trabajo de registro, de investigación, de clarificación y de propuesta de estándares parece tan necesario que, de nuevo, idiomas sin este tipo de instituciones han desarrollado mecanismos para «auto-regularse»: o mejor dicho, usando las palabras de la Asociación de Academias de la Lengua Española, para «impulsar la unidad, integridad y desarrollo del idioma».

Un problema de gobernanza. Es decir, el asunto no es si deben existir una serie de organizaciones que se encarguen de facilitar la unidad e integridad del idioma. El asunto central tiene que ver más bien con la gobernanza. Quién toma esas decisiones y de qué forma. Al fin y al cabo, la Real Academia es una institución privada, cuyo cuerpo de gobierno y composición son elegidos por sus propios miembros; pero tiene un enorme impacto social, gubernamental y político. No hay que olvidar que académicos como Pérez Reverte reivindican para sí la «autoridad para guiar» a lingüistas y filólogos.

Y no hablo solo a nivel interno. Que también. Es que mirado con perspectiva, la misma idea de que en un pleno de la Real Academia Española se pueda modificar una norma aprobada por el conjunto de las Academias de la Lengua de todo el mundo sin más justificación que la voluntad de un grupo muy concreto de académicos es profundamente problemática. Hasta el punto que va contra la misma idea de impulsar la unidad y la integridad de la lengua.

Mucho por hacer. Cuando Muñoz Machado decía ayer que la RAE tenía cosas mucho más importantes en las que pensar, seguramente se refería al Nuevo diccionario histórico del español , el equivalente en español al Diccionario Oxford inglés: un proyecto en el que la Academia lleva atascada desde hace siglo y medio y su gran promesa electoral.

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